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miércoles, 13 de junio de 2012

Vida en la Ciudad

     La Ciudad de México me hipnotiza con su cadencia. Olas humanas entrando y saliendo de edificios, emergiendo de las entrañas de la tierra y mirando la maravilla alrededor suyo como algo cotidiano. ¿Qué piensa un capitalino cuando se enfrenta a un milagro? Estamos en la ciudad donde lo estrafalario es algo común, hasta el punto en que ya nada asombra; y aun así, cada día esta ciudad está más viva que nunca.



     Hombres, mujeres, niños, ancianos (¿Qué los niños y los ancianos no son también hombres y mujeres?) siendo estimulados diariamente por un tsunami de factores externos, y, al igual que el niño autista, cerrándose a estos estímulos para sobrevivir, para aguantar un día más en el caos y llegar a casa con la integridad mental intacta, o lo más cercano a ello.

     Y uno, pueblerino, provinciano, mirando todo y dejándose maravillar por la fauna. Donde en provincia hay uniones, aquí hay separatidad; donde en provincia los diferentes buscan refugio con sus similares, aquí se regodean con sus iguales. Es como vivir mil veces en una sola vida y verlo todo sabiéndote el único espectador en un mundo de actores.  Sintiéndote tan fuera de lugar que sientes que tus únicas dos opciones son integrarte a la manada o hacerte un lado para no ser aplastado. Esta ciudad, incluso a pesar de su belleza, es inmisericorde. Aquí nadie hace falta y las filas en abstracto son tan reales como en concreto. Filas para el metro, para el bus, para las tortillas, para la escuela, para el trabajo, filas para hacer más filas; siempre esperando, libro en mano, audifonos encendidos, gorra y lentes oscuros; buscando intimidad en 1 centímetro cuadrado, estando solo en medio de un montón de gente y siendo uno más, y no siéndolo a la vez.

     Sabiendo que hay un mundo allá afuera, y no teniendo tiempo para descubrirlo.

    ... Oh bueno, ya será mañana.



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